Lo construyó y donó a Madrid José Rodríguez Losada, un militar que huyó de España por sus ideas liberales y se estableció en Londres, donde se convirtió en uno de los mejores relojeros del siglo XIX
En el siglo XIX los relojeros suizos y británicos sededicaban a falsificar los relojes que un español hacia en Londres y a distribuirlos en el mercado español, de igual manera que ahora se falsifican y comercializan las mas prestigiosas marcas de relojes en el Chinatown neoyorquino. Se trataba de José Rodríguez Losada, autor del conocido reloj de torre de la Puerta del Sol madrileña, que regaló a la ciudad, y el mejor relojero español, junto con Manuel Gutiérrez.
Nació en 1797, en un pequeño pueblo de León llamado La Iruela, hijo de Miguel Rodríguez y María Conejero, hidalgos de condición humilde. Su segundo apellido no debía gustarle y lo cambió por el de la región en la que había nacido, Quinta-nula de Losada.
Fue oficial del arma de caballería, según figura en el expediente para la concesión de la condecoración de Caballero de la Orden de Carlos III, que se le otorgó por Real Decreto de 3 de octubre de 1854: "Don José Rodríguez de Losada, oficial que ha sido de Caballería y constructor de relojes en Londres". Dado que en aquel tiempo todo lo relacionado con la tecnología y la ciencia en España sólo podía desarrollarse en el Ejército o la Marina, únicos demandantes de estas materias, cabe pensar que fuera allí donde aprendió el oficio de relojero.
Salió de España, según su testimonio, en 1828, por razones políticas derivadas de su ideología liberal y de la dura represión que desencadenó Fernando Vil en aquella década. Su huida tuvo aire novelesco, pues el superintendente de la Policía de Madrid acostumbraba a disfrazarse para integrarse en las reuniones clandestinas de los liberales y así obtener información y efectuar detenciones. En una de esas reuniones, a la que acudió disfrazado de fraile, fue víctima de una trampa, se le retuvo y se le obligó a firmar un salvoconducto para que Rodríguez Losada pudiera abandonar España, cosa que logró a pesar de ser perseguido hasta la frontera francesa por un policía. Esta historia la contó el hijo del superintendente, el famoso poeta y dramaturgo José de Zorrilla, en sus Recuerdos del Tiempo Viejo. Andando el tiempo, Zorrilla se hizo amigo del relojero.
Losada permaneció en Francia dos años -sin que se sepa de su vida allí- y llegó en 1830 a Londres, donde abrió su tienda de relojes cinco años después. Su establecimiento, tras varias ubicaciones más modestas, terminó situado en la mejor calle comercial, Regent Street. Allí se casó, en 1838, con una británica diez años mayor que él, Hamilton Ana Sinclair, de 51 años. Y en Londres vivió hasta su fallecimiento.
En cuarenta años de exilio, Losada vino tres veces a España. Una, a finales del año 1856; otra, de cuatro meses, en 1859, en la que junto con su esposa recorrió medio país, visitando su pueblo natal y a su familia en Iruela, además de Madrid, Cádiz y Barcelona, y la última, ya enfermo, en 1868, durante la cual otorgó su testamento en Cádiz, el 3 de abril de 1868.
Rodríguez Losada falleció en Londres el 6 de marzo de 1870, dejando una fortuna de 30.000 libras esterlinas, que heredaron sus hermanas, un sobrino, su medico y sus sirvientes.
Al frente de su taller continuó su sobrino Norberto hasta 1890, pero la calidad de su obra bajó, coincidiendo con el declive de la escuela de relojería británica, siendo desplazada por la suiza, que ya llevaba tiempo siendo superior.
José Rodríguez Losada, en una fotografía realizada en Londres hacia 1860.
Este cronómetro es excepcional por su gran tamaño, porque tiene unas ventanas que permiten ver su funcionamiento por todos los lados, pero, sobre todo, porque marca segundos enteros, cuando los cronómetros navales de la época sólo marcaban medios segundos, lo que permite realizar observaciones astronómicas por telescopio al oído, es decir, oyendo al mismo tiempo los segundos, lo que, en la práctica, le convierte en un regulador astronómico móvil. Todo lo convierte en una pieza única en el mundo, no conociéndose otra igual.
Cronómetro de bolsillo con sonería, de oro (Madrid, col. particular).
La maquinaria es de la máxima calidad, y puede servir como un cronómetro. Por todo ello, no es de extrañar que costara la elevada suma de 39.400 reales de vellón, siendo curioso que en la colecta que hicieron los cuerpos de la Armada, los de Filipinas y Cuba aportaran el triple y el doble respectivamente, del dinero que pagaron los de Madrid.
Esta relación de la Marina con Rodríguez Losada fue, por sus costes y sus resultados, uno de los mejores negocios de la Administración española de la época, y un desastre económico para Losada, quien así lo aceptó por puro patriotismo, pues siempre fue un magnífico hombre de negocios. Desgraciadamente, una buena parte de sus cronómetros náuticos se ha perdido, al irse a pique junto con los barcos en que se encontraban instalados, como ocurrió en las batallas navales de Santiago de Cuba y Cavite.
Losada fabricó 6.275 relojes, la mayoría de bolsillo, pero también los hizo de viaje, de cabecera, sobremesa, taberna, de torre, bitácora, cronómetros de marina y reguladores astronómicos.
Lo más sobresaliente de sus relojes de bolsillo es que introducía en ellos cuantos avances y novedades se iban produciendo en la época que podría calificarse de oro de la relojería británica, a cuya escuela pertenecía, y lo hacía con gran pericia. Incluso fue más allá, perfeccionando algunos de estos hallazgos, como los perfectos ajustes en los volantes y sus espirales para evitar los efectos de los cambios climáticos sobre los materiales.
Reloj regalado al vicealmirante Méndez Núñez (Madrid, Museo Naval).
Reloj de tipo saboneta de la reina Isabel II (Madrid, Museo Arqueológico Nacional).
Su maquinaria es, sencillamente, una maravilla. Tiene sonería de horas y, lo que es más raro, de cuartos. Esto, que da lugar a tantas confusiones el día de Nochevieja y a atragantarse con las uvas, consiste en que cuando las agujas del reloj marcan una hora y cuarto suena un toque de dos campanadas, cuando da la hora y media suenan dos toques de dos campanadas cada uno, a la hora y tres cuartos, tres toques de dos campanadas, y, por fin, cuando se completa otra hora entera, suenan cuatro toques de dos campanadas cada uno y a continuación las campanadas de la nueva hora que, si son las doce, serán doce campanadas. Su autonomía de funcionamiento es de una semana. Cualquiera de sus piezas se puede desarmar sin tener que desmontar el reloj y su péndulo mide 3 metros.
Su característica tecnológica más sobresaliente es el tipo de escape que tiene. El escape es tal vez el sistema más importante de un reloj: consta de varias ruedas, la última de las cuales, llamada rueda de escape, es la más pequeña y mueve a las otras. Gira deprisa, con fuerza medida, impulsada por la energía que proviene de un muelle al que se comprime al dar hora al reloj y cuya descompresión origina la fuerza giratoria. Esta energía se convierte en un vaivén, gracias a un ancla, que se trasmite al péndulo. El péndulo de un reloj tarda normalmente un segundo en hacer su recorrido. En el reloj de la Puerta del Sol, tarda dos segundos.
Cronómetro marino de ocho días de cuerda, n° 4596 (Madrid, Museo Naval).
El escape es de tipo Shelton. Consistente en un áncora acoplada a una rueda de escape especial en forma de jaula de 30 dientes que impide el retroceso de la rueda. El hecho de que no haya retroceso origina que un reloj sea de gran precisión, ya que si se produce un retroceso -esto se ve en la aguja del segundero-, el tiempo que dura se pierde. El reloj de la Puerta del Sol, gracias al avance continuo que le proporciona su maravilloso escape, sólo se retrasa cuatro segundos al mes.
Todas estas características le convierten en un reloj de torre sin igual en toda Europa. Es una pieza única. Notable es, también, el reloj de torre que Juan Larios le encargó a Losada para regalárselo a la Catedral de Málaga, en 1868. Su característica más sobresaliente es que tiene un escape de gravedad igual al que Dent instaló en el reloj de torre más famoso del mundo, el Big Ben del Parlamento británico, en Londres.
SAMPERIO ITURRALDE, Juan Ignacio
La Aventura de la historia, ISSN 1579-427X, Nº. 98 (2006)
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