De izquierda a derecha, Alberto Gil, Francisco Fernández de Jáuregui y Francesc Llop i Bayo, ayer en Villasuso - Foto Igor AIZPURU
La historia con minúscula, esa formada por las vidas de millones de personas a lo largo de los años, tiene sonido. El que durante siglos han marcado las campanas de aldeas, pueblos y ciudades para indicar momentos puntuales de una comunidad, como la llamada a difuntos, las fiestas y los toques de diario. En Vitoria, aunque no las únicas, las principales encargadas de estos cometidos fueron las nueve campanas situadas en la torre de la catedral de Santa María, donde la más antigua data de 1596, si bien la mayoría se crearon a mediados del siglo XIX.
Distribuidas en tres niveles, las cinco ubicadas en el primero son de volteo y repique y se denominan Canónicas. La Regina Angelorum, utilizada sólo para el volteo, se hallaba en el segundo escalafón, mientras que en el chapitel se encuentran las tres dedicadas a los toques de reloj. Salvo estas últimas, las demás fueron retiradas en junio por las obras de restauración de la parte alta de la torre. Fue entonces cuando se observó que cuatro estaban deterioradas.
Detalle de una de las campanas exhibidas ayer - Foto Igor AIZPURU
Su futuro se ha decidido estos días en la capital alavesa, donde han acudido expertos nacionales e internacionales para participar en unas jornadas organizadas por la Fundación Santa María. Una oportunidad de ahondar en un mundo apasionante. Así lo define Francesc Llop i Bayo, doctor en Antropología Social y 'campaner' de la catedral de Valencia, categórico al afirmar que las campanas «no son ruido, son música». Él es uno de los responsables de que en su ciudad se haya recuperado la figura del campanero. «Ahora todas, salvo una que va a motor, se tocan manualmente. Forma parte de la normalidad patrimonial, somos la voz de la comunidad, eres el campanero que hace conciertos, no el que sustituye al motor», declara.
Prueba de ello es que, aunque en todos los sitios se toca lo mismo, cada lugar «lo hace de una manera, tiene su propio lenguaje», declara Francisco Fernández de Jáuregui, miembro del Seminario Alavés de Etnografía, que ha catalogado las 1.500 campanas de Álava. «En Olazagutia se tocaba el castañamonte, era la señal que permitía a la gente ir a recoger las castañas», informa. En otros pueblos, ciertos tonos indicaban el cambio de ubicación del ganado o, como en Valencia, el momento para cambiar el turno de regado.
CORRAL, Beatriz
El Correo Digital (07-03-2009)
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